VERONICA ROSSATO

9 de marzo de 2023

Llegaste a mí por sopresa

 

De periodista a gestora; quién te ha visto y quién te ve. Nunca hubiera imaginado que en la llamada "edad dorada", ya con más deseos de dedicarme al nordic walking y a pintar que a trabajar, comenzaría una "nueva profesión". Un trabajo administrativo, algo que nada tiene que ver con el periodismo y que, además, siempre me ha costado hacer.

Pero, aquí estoy, gestionando actas de nacimiento y certificados de bautismo de abuelos y bisabuelos de tantos argentinos que tienen derecho a la ciudadanía iure sanguinis. Casi a diario estoy enviando correos PEC o llamando a un comune o parroquia para averiguar, reclamar, a veces hasta rogar, sin perder la amabilidad y el buen modo. Paciencia y perseverancia, en esa escuela estoy. 

Ya conozco las distintas maneras de hablar de toda Italia; voy aprendiendo a distinguir cuando me mienten, y no es verdad que han enviado el acta. Me relaciono con distintos tipos de personas, funcionarios aburridos y malhumorados, otros entusiastas, atentos, cálido. Agradezco de corazón y así lo expreso cuando la bendita acta sale rumbo a casa. Al fin y al cabo, eso significará también la alegría y gratitud de alguien. 

Finalmente llega la parte más bonita (aparte del cobro por el servicio): el envío del documento y el feedback-mensajes de gratitud y expresiones de gozo por parte de quienes tienen sueños y planes que comienzan por lograr la cittadinanza italiana.


 

7 de enero de 2022

Su intuición me salvó la vida

 Era el inicio del verano, tal vez solo primavera, pero el deseo de dejar que el aire y el sol tocaran la piel me llevó a cambiar los pantalones por una falda corta. Estábamos en la cocina-comedor, yendo y viniendo, y mi madre -no sé si llevada por la intuición, por el amor, o por el Espíritu Santo, que al fin y al cabo podría ser lo mismo- se fijó en mi pantorrilla y dijo: “¿Y ese lunar? Antes no lo tenías…”

Miré el punto hacia donde se dirigía su mirada y vi una mancha, tal vez más grande que la de otros lunares desparramados por mi anatomía, nada que hubiera llamado mi atención hasta ese momento. Pero ella lo observó de cerca y dictaminó: Es mejor que te lo vea el Dr. xxx (un amigo de la familia, especialista en cáncer).

Creo que ella lo llamó e hizo la cita, y allí fui. Sola. “Hay que hacer una cirugía de inmediato”, dijo el médico apenas observó el lunar, y me citó para intervenirme pocos días después en un consultorio de la clínica del Sindicato de Empleados de Comercio. Y allí fui. Sola.

Resultado: Melanoma grado III según la escala de Clark.

Este episodio vino a mi mente hoy y tomé conciencia de que mi madre me salvó la vida. Si ella no lo hubiera descubierto, el cáncer hubiera seguido avanzado. El lunar, cuyo centro era azulado, tenía unos filamentos que parecían raíces. Pude verlos muy bien y lo recuerdo porque me entregaron un frasquito con el trozo extirpado, para que yo misma lo lleva a la sección de Patología del Hospital San Roque. De no extirparlo a tiempo, esas raíces hubieran seguido creciendo hasta alcanzar capas más profundas, produciendo metástasis en otros órganos. Llevándome finalmente a la muerte.

Tras el recuerdo, de inmediato se produce en mi mente una asociación de ideas. Cristo me salvó de la muerte espiritual al extirpar de mi alma la basura.  Así como mi madre vio aquel bonito lunar e interpretó que era nocivo, Dios vio el mal que me estaba carcomiendo y me ofreció la posibilidad de sanar, mediante su perdón. ¡Me dio vida!

Con gratitud brindo un homenaje a mi mamá, a dos meses de su partida para morar en el lugar que Jesús le tenía preparado, y doy gloria y honra a Dios por su amor sin fin, por su misericordia que se renueva cada mañana y me perdona, limpia la basura mental, emocional, espiritual que encuentra en mí, y me sana una y otra vez..

 

24 de junio de 2021

Desierto y mar

                                                         

Una línea de espuma ondulante puso límite al azul que hasta momentos antes parecía infinito, dando paso a una superficie dorada que comenzaba plana y luego se convertía en dunas.

Bastaron cincuenta minutos de vuelo desde Las Palmas de Gran Canaria para recibir el impacto de la primera visión del Sahara, vivo, cambiante, al igual que el mar con el que se funde en eterno abrazo.

En los meses siguientes, durante mi estadía en El Aaiún, tuve oportunidad de disfrutar la sensación de la arena blanda, seca, enterrando mis pies en ella. Con asombro experimenté el calor de una ladera de la duna, iluminada por los primeros rayos del sol, y la frescura de la otra, en sombra, guardando aún la temperatura de la noche.

Estuve en el Sahara Occidental un año, y no me cansé del desierto; es que nunca dejó de sorprenderme. En la primavera lo vi florecer en algunos rincones; conocí dunas lisas y otras surcadas por líneas que les imprime el viento, ese mismo viento que es capaz de trasladarlas, grano a grano, haciéndolas viajar de un lugar a otro. En ocasiones, alguna señora duna decide reposar en medio de una carretera, entonces, para ayudarla a continuar la travesía, entran en acción las palas mecánicas.