A la playa del antiguo Cabo Jubi llegó hace años una botella con un mensaje. No provenía de un naufrago desesperado sino de un empresario argentino que viajaba en barco con su esposa rumbo a Italia, para asistir a la boda de un pariente. El hombre tuvo la ocurrencia de arrojar al mar la botella con un mensaje en su interior, después de beber en cubierta el último sorbo de agua mineral.
Un mes más tarde la botella llegó a la playa de Cabo Jubi, llamado Tarfaya desde la descolonización por parte de España, sitio donde las arenas del Sahara se hunden en el océano Atlántico.
Cuentan que la recogió una niña que corrió a entregársela a su tío, un saharaui que hablaba español. Cuando el hombre –que era médico y trabajaba en el hospital regional- leyó la nota, concluyó que ese era un día de suerte para él. Escribió de inmediato una respuesta y fue hasta la oficina de correo, pero guardó como recuerdo el dólar incluido en la botella para el franqueo.
A la vuelta del viaje a Nápoles, Juan Manuel encontró el sobre en el buzón de su departamento en Buenos Aires. Al comprobar que el sello postal tenía caracteres árabes emitió un silbido de sorpresa. Con fruición desplegó el papel y leyó en voz alta la carta escrita en un castellano plagado de errores pero comprensible. Así supo que Mohamed, el médico, lo invitaba a su boda. Inmediatamente pensó en aceptar.
Cuando se lo comentó a su esposa, también ella se entusiasmó con la idea y juntos comenzaron a hacer planes para el viaje. Pero el famoso “corralito” financiero de finales del 2001 se interpuso, la empresa que tenían comenzó a tambalear y finalmente tuvieron que disculparse ante el amigo desconocido por no poder viajar.
Mientras tanto, la madre de Mohamed enfermó gravemente y la boda quedó en suspenso. La muerte le llegó seis meses después, poco antes de que el médico viajara a Rabat para un curso de especialización en Epidemiologia. Así, transcurrieron seis meses más.
Cuando por fin Mohamed pudo fijar nueva fecha de matrimonio, había pasado un año y medio desde el primer contacto con Juan Manuel.
En Argentina la economía comenzaba a estabilizarse y la pareja tomó un vuelo a Agadir sin más demora. Mohamed fue a buscarlos en su Mercedes Benz blanco, vistiendo un impecable dra, también blanco, con bordados celestes.
Sería difícil saber si los tres días de festejo nupcial fueron tan concurridos y animados a causa de la popularidad de los novios o por la presencia de dos invitados extranjeros.
La historia en sí resulta curiosa, pero más curioso fue el regalo de boda que eligieron Juan Manuel y Marta. En el mismo aeropuerto de Agadir, ni bien subieron al coche, entregaron a Mohamed un pequeño paquete envuelto en papel dorado.
“No sabíamos que regalarte y decidimos traerte algo que para nosotros es de extraordinario valor y nos ha ayudado mucho en la vida matrimonial. Esperamos que tú y Mmbarka lleguen a ser tan felices como lo somos nosotros”, le dijeron con expresión amorosa. El saharaui se dispuso a guardar el regalo sin abrirlo, como manda la tradición, pero sus invitados insistieron en que lo desenvolviera. No pudo disimular la sorpresa al comprobar que se trataba de una Biblia. Por cortesía no la rechazó e inclusive agradeció el gesto, reconociendo la intención sincera y afectuosa de sus nuevos amigos. Pero cuando bajó el equipaje en el hotel, aprovechó para empujar el pequeño paquete al fondo del maletero.
¿Te preguntas si aun sigue allí? Puedo decirte que no. Ahora el valioso regalo tiene su lugar junto a la cama de Mohamed y Mbarka. Ambos fueron bautizados en una playa solitaria, por un pastor que llegó de una ciudad cercana a la frontera con Mauritania, después que ellos escribieron a Juan Manuel contándole lo que estaba sucediendo en sus vidas. Llevaban dos años escuchando un programa de radio en árabe, emitido desde Montecarlo, leyendo la Biblia y siguiendo un curso bíblico por correspondencia. El empresario argentino no descansó hasta contactar con alguien que pudiera visitarlos y guiarlos en el Camino.