ESTAMOS VIVOS PORQUE LA DOLARIZACIÓN FRACASÓ
Por Roberto Caballero
Mientras el gobierno enfrenta una corrida cambiaria con métodos
heterodoxos y relativo éxito, se cumplen diez años de la última utopía
neoliberal: la adopción del dólar como moneda para la Argentina. De
Mitre y Pablo Rojo a la revolución de los Estados Unidos. Reflexiones
alrededor del billete fetiche de una élite que nunca confió en su país.
“Estas no son horas de perfeccionar cosmogonías ajenas, sino de crear
las propias. Horas de grandes yerros y de grandes aciertos, en que hay
que jugarse por entero a cada momento. Son horas de biblias y no de
orfebrerías.”
Raúl Scalabrini Ortiz, El hombre que está solo y espera.
Cuando la Convertibilidad ya había estallado por los aires, los
economistas ultraortodoxos del menem-cavallismo propusieron la
dolarización total de la economía como última tabla de salvación.
Ocurrió hace apenas diez años. El principal impulsor del proyecto era
una joven brillante de la JP de los ’70, llamado Pablo Rojo, reciclado
20 años después en defensor dogmático del Consenso de Washington. Los
que pensaban que era viable, justificaban la propuesta en una ventaja de
tipo cultural: los argentinos querían dólares. Para qué ir contra la
corriente, si la sociedad ya lo había adoptado para hacer negocios o
ahorrar. En el fondo, lo que Rojo planteaba era rendirse ante la
evidencia, ceder toda soberanía monetaria y gozar de los presuntos
beneficios de asociarse a la mayor economía planetaria, asumiendo que el
futuro estaba en Roma y no en la Galia. Es decir, aceptar como destino
el ser colonia de una potencia próspera y hegemónica.
La idea
no era nueva. Bartolomé Mitre había planteado algo parecido más de un
siglo antes, aunque para la Generación del ’80, las relaciones carnales
debían ser con el Reino Unido y no con los Estados Unidos. Como se ve, a
través de las distintas épocas, las élites nacionales se caracterizaron
por tener una visión antinacional de la resolución de los problemas.
Pero, sobre todo, antipopular. La factoría inglesa que proponía Mitre
como país resolvía la razón de ser de los dueños de las materias primas
que el Reino Unido necesitaba y punto. Era un gran país-estancia donde
el gauchaje bárbaro y la inmigración se limitaran a ser mano de obra
esporádica y barata según la suerte de la cosecha. Una nación rica de
gente pobre, que dos fenómenos políticos democráticos y populistas como
el yrigoyenismo y el peronismo pusieron definitivamente en crisis con la
industrialización moderna.
Puede decirse que el planteo de
Rojo en 2002 fue la última utopía neoliberal de los ’90. Una década
donde resignamos el patrimonio público, debía rematarse con la renuncia a
la moneda propia. Si no teníamos el petróleo, el agua y los trenes,
¿para qué conservar el peso? Cada tanto, la derecha tiene una fiebre
refundacional del país. Mitre llamó a su gobierno “Proceso de
Organización Nacional” y Videla a su dictadura genocida “Proceso de
Reorganización Nacional”. Menem se levantó un día y dijo que el dólar
valía un peso, y diez años y un 25% de desocupados después quiso, a
través de su alter ego Rojo, convencernos de que lo mejor era
cristalizar para siempre esa sociedad desigual, dolarizando por completo
la economía. Por suerte, la historia tomó otro rumbo, sino estaríamos
como Ecuador, que aún con Rafael Correa no puede sacudirse el ancla de
haber atado su moneda a la estadounidense. Si estamos vivos para
contarlo es porque el plan neoliberal de los Menem, los Cavallo y los
Rojo fracasó en la Argentina.
Pero ninguna idea, por
impracticable que parezca, hunde sus raíces en la irracionalidad
absoluta. Nuestras élites tienen como fetiche al dólar porque creen que
el billete verde explica a los Estados Unidos y no a la inversa. Para
ellos, fue el dólar el que produjo una economía estable, sin conflictos
sociales, ni sindicatos y donde los empresarios son algo así como los
pastores de un Dios que bendice la riqueza. Esta suposición los
convenció de que importando su moneda se adquieren también las virtudes
de un modelo exitoso, como si quien comprara una tablet se convirtiera
en Bill Gates. Es casi una mirada de turista, por lo superficial, pero
se ha vuelto dogma en todas las escuelas de negocios nacionales. En
realidad, esta visión elude lo fundamental: fueron los patriotas
revolucionarios de los Estados Unidos los que inventaron al dólar y no
al revés. Los mismos que se independizaron del Reino Unido del cual era
devoto Bartolomé Mitre y derrotaron a los algodoneros esclavistas del
sur para construir un país industrial en serio, que así llegó a liderar
el capitalismo mundial. Esa es la historia verdadera que está detrás del
dólar, cualquier otra explicación sobre su valor o eficacia que no la
contemple, responde al pensamiento mágico.
Hoy que la economía
estadounidense atraviesa su peor crisis desde 1930, cualquiera puede
advertir que incumple con todos los requisitos que el FMI exige a sus
países miembros. Básicamente, gasta lo que no produce y es altamente
deficitaria. Si China decidiera hoy poner a la venta los bonos del
Tesoro americano en su poder, Estados Unidos quebraría. Cuando se les
pregunta a los funcionarios de la Reserva Federal por este escenario, no
responden diciendo que su Indec es infalible, que su balanza es óptima o
que hay equilibrio de cuentas. Miran fijo y amenazan: “China nunca va a
hacer eso, porque China sabe que los Estados Unidos tiene el mayor
ejército del planeta.” En ese punto, toda la teoría económica se hace
trizas. O, mejor dicho, comienza a escribirse con pólvora. O con la
punta de un dron, para estar con la última tecnología. Y el libre
comercio tan declamado se vuelve un juego de TEG, aunque en escenarios
reales.
Pero volvamos a la élite argentina y su afán por
sacralizar el dólar. Es evidente que quiere comprar hecho o, mejor
dicho, pretende pescar sin mojarse el traste. Como si entre el proceso y
el resultado obtenido no hubiera historia que aprender. El día que
quieran ponerse a la cabeza de un país que incluya a los 40 millones de
habitantes y se sumen a un proceso de desarrollo en consecuencia, es
probable que dejen de pensar en dólares y lo hagan en pesos. La
burguesía paulista es un buen ejemplo de eso. Sus integrantes se sienten
cabeza de una nación. Desacoplaron su economía del dólar y nadie en
Brasil piensa en otra cosa que no sean reales. “Son más nacionalistas”,
dicen algunos. Quizá. O más vivos.
Es menos complejo explicar
por qué las clases subalternas argentinas atesoran en dólares. Esa misma
élite que no confía en la moneda propia, convirtió a la economía local
en una montaña rusa, cuando no en una timba constante. Del Rodrigazo a
las hiperinflaciones se confiscó a casi todo el mundo para favorecer y
perjudicar siempre a los mismos. Acá robaron los gobiernos y también los
bancos. La gente ahorra en dólares por lo que “puta pudiere”, misma
razón por la que el empresario agrega un 20% al precio de cualquier
producto, el ruralista especula reteniendo en la silobolsa y el
supermercadista desabastece. Siempre es por lo que “puta pudiere”. Es
una filosofía del día a día heredada del espanto, que nueve años de
economía expansiva, inclusiva y relativamente estable del kirchnerismo
no lograron desterrar aún. Son nueve años contra 70 de cosas mal hechas.
Nueve años contra 70 donde el Estado, en manos de civiles o militares,
defendió los intereses del privilegio, y no los del bien común.
El gobierno enfrenta ahora con políticas heterodoxas una furiosa
corrida cambiaria, alentada por el lobby devaluador. El modo es novedoso
hasta para el kirchnerismo. Con Martín Redrado en el BCRA, se
inyectaban dólares en el mercado hasta que bajaba la cotización y
después se recompraban con éxito. Cristina Kirchner decidió esta vez que
no se toca un solo dólar de las reservas. Secó la plaza con una
decisión política. Por el momento, el dólar blue o recontranegro que
cotiza en las tapas de Clarín y La Nación no afectó el precio de los
productos del supermercado: las cosas no aumentaron el 30% que hay de
diferencia entre el dólar oficial y el inhallable azul. Es toda una
novedad. Y una buena señal. Falta, a su vez, que los exportadores de
granos liquiden 8000 millones de dólares, con lo cual volvería la
liquidez. Todo indica que terminarán haciéndolo a un dólar más cerca de
los 4,50 pesos que de los 6 que proponen los titulares de los diarios.
El presupuesto hablaba de un dólar a 4,80 pesos para este 2012. La
impresión es que si el gobierno logra torcerle el brazo a los
especuladores, algo muy parecido a una economía predecible se estará
consolidando a los ojos de todos. Lo que está en juego, entonces, ya no
es el valor del dólar o si hay que pesificar la vida. La democracia está
batallando para recuperar la soberanía monetaria. Ante un mundo que se
desploma, se trata de confiar más en la fuerza de la propia Galia que en
la Roma en crisis.
El desafío produce vértigo pero también esperanza.
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