(Relato del
Sahara Occidental)
Mbarka, la
tía de la jóven Aza, está contenta porque por fin sus piernas y brazos han
adquirido una redondez apreciable. En tres meses de tomar corticoides ha logrado más que en años de beber leche de camella
con cereales, de día y de noche. Ahora se siente más segura de conseguir un
nuevo marido.
También Aza
se ve feliz, con el rostro brillante, la piel clara, los ojos prolijamente
maquillados y la boca bien delineada. Va a la boda de una amiga de su misma
edad: 16 años. Cuando escucha las voces de sus primas que vienen a buscarla,
automáticamente, revisa si tiene el “Shirley”
en el bolso. Puede olvidase de cualquier otra cosa, pero el tubito de 10
gr. de “medicated crem” manufacturado en
Taipei, es primordial. Sin él, tendría la tez mate, como sus hermanas menores.
"Ellas todavía no se dan cuenta de estas cosas, pero con el tiempo
comprenderán que los hombres prefieren las mujeres de piel clara", piensa..
Se cruza la
melfa sobre el rostro, dejando solo los ojos al descubierto, se calza los
guantes y luego las gafas oscuras. Protección total. Fatimetu la ve salir y suspira. "Quiera Alá que pronto sea pedida en matrimonio", exclama.
Aunque le gustan las fiestas no puede ir a la boda con su hija porque no se siente bien. Tiene la tensión alta y ha colocado un diente de ajo pelado en cada uno de sus oídos. “No te los dejes demasiado tiempo. Mira que irrita la piel”, le recuerda la cuñada, mientras mezcla tierra con jabón bildi para quitarle los piojos a la criadita que acaba de enviarle su hermano desde Kenitra. La niña tiene la cabeza blanca de huevos. Después de colocarle la pasta, la llevará a la terraza para pasarle un peine fino, mechón por mechón. "Tal vez sea mejor arrastrar la pasta con los dedos", piensa Mbarka. Si el tratamiento no da resultado 100%, al día siguiente aplicará otra receta: una mezcla de aceite y alcanfor, y luego de mantener tres horas la cabeza cubierta con un foular, le pondrá henna. La niña deberá eche la cabeza hacia atrás y quedarse quieta a la hora de enjuagarle el pelo porque si el alcanfor llega a tocarle los ojos le hará daño.
Aunque le gustan las fiestas no puede ir a la boda con su hija porque no se siente bien. Tiene la tensión alta y ha colocado un diente de ajo pelado en cada uno de sus oídos. “No te los dejes demasiado tiempo. Mira que irrita la piel”, le recuerda la cuñada, mientras mezcla tierra con jabón bildi para quitarle los piojos a la criadita que acaba de enviarle su hermano desde Kenitra. La niña tiene la cabeza blanca de huevos. Después de colocarle la pasta, la llevará a la terraza para pasarle un peine fino, mechón por mechón. "Tal vez sea mejor arrastrar la pasta con los dedos", piensa Mbarka. Si el tratamiento no da resultado 100%, al día siguiente aplicará otra receta: una mezcla de aceite y alcanfor, y luego de mantener tres horas la cabeza cubierta con un foular, le pondrá henna. La niña deberá eche la cabeza hacia atrás y quedarse quieta a la hora de enjuagarle el pelo porque si el alcanfor llega a tocarle los ojos le hará daño.
Fatimetu se siente mejor después de quitarse los tapones de ajo. Se acomoda la melfa y
mira sus pies, oscurecidos por el sol, con la marca de las sandalias.
Inadmisible. Esa misma noche se aplicará una mezcla de jabón bildi con páprika y
dormirá con ella, cubriendo cada pie con una bolsa plástica para lograr un
efecto térmico. A la mañana siguiente se tomará un buen tiempo para lijarlos
cuidadosamente.
“¿Cómo está
Betoul?”, pregunta Mbmbarka, refiriéndose a la hija menor de su cuñada. “Bien, ha mejorado mucho. Creo que unas semanas
más de tratamiento y ya habrá superado la anemia”. La mejoría era de esperar.
Lleva diez días espolvoreando el plato de su hija con el polvo de una piedra amarillenta y porosa que le
han traído de Smara. Para lograr este polvillo, deja la piedra un rato sobre
las brasas y luego la machaca en el mortero. Es especial para condimenta la carne. “Gracias a Alá por estos remedios”, dice entre suspiros. Luego toma una bolsita con hierbas secas y las echa sobre el brasero
encendido, se agacha sobre él y se abre un poco la melfa para que el humo toque la ropa que lleva debajo.
“Estas
hierbas contra el mal de ojo terminarán de estabilizar mi tensión”, dice Fatimetu,
sentándose frente a la bandeja con utensilios para el té. Después de un arto de preparativos, beben el primer
vaso, amargo como la vida; luego el segundo, dulce como el amor; finalmente el
tercero, suave como la muerte.
Mmbarka sonrie complacida. Su cuñada cumple bien con las obligaciones de esposa de su hermano
mayor. En el gesto, muestra una dentadura blanca, bien
cuidada. Siempre se limpia los dientes con un palito, como todo el
mundo, pero de vez en cuando muele un
trocito de carbón, le agrega sal y miel y unta el palito con esta
pasta. Limpia cada pieza, de frente, por detrás, en los bordes. La sal le
desinfecta las encías y el carbón blanquea la dentadura. Tal vez su sonrisa
destaque más ese día porque no se ha puesto la base aclarante y luce su piel
morena natural. Total, no hay ningún hombre en la casa. Al menos ninguno que
pueda interesarse en ella y convertirse en su tercer esposo.
“Aún me duele un poco la espalda, pero estoy segura que después de la tercera sesión, desaparecerá
por completo”, comenta refiriéndose a la terapia que ha comenzado
el día anterior. La vecina tiene una hija veinteañera, virgen, nacida entre dos
hermanos varones, y estas condiciones le otorgan poder para curar algunas
enfermedades: con un masaje en cierto punto de la mano quita dolores en la
columna; mordiendo en el omoplato, quita los dolores musculares de la
espalda. Los tratamientos duran tres días… y santo remedio!
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