Era el inicio del verano, tal vez solo primavera, pero el deseo de dejar que el aire y el sol tocaran la piel me llevó a cambiar los pantalones por una falda corta. Estábamos en la cocina-comedor, yendo y viniendo, y mi madre -no sé si llevada por la intuición, por el amor, o por el Espíritu Santo, que al fin y al cabo podría ser lo mismo- se fijó en mi pantorrilla y dijo: “¿Y ese lunar? Antes no lo tenías…”
Miré el punto hacia donde se dirigía su mirada y vi una mancha, tal vez más grande que la de otros lunares desparramados por mi anatomía, nada que hubiera llamado mi atención hasta ese momento. Pero ella lo observó de cerca y dictaminó: Es mejor que te lo vea el Dr. xxx (un amigo de la familia, especialista en cáncer).
Creo que ella lo llamó e hizo la cita, y allí fui. Sola. “Hay que hacer una cirugía de inmediato”, dijo el médico apenas observó el lunar, y me citó para intervenirme pocos días después en un consultorio de la clínica del Sindicato de Empleados de Comercio. Y allí fui. Sola.
Resultado: Melanoma grado III según la escala de Clark.
Este episodio vino a mi mente hoy y tomé conciencia de que mi madre me salvó la vida. Si ella no lo hubiera descubierto, el cáncer hubiera seguido avanzado. El lunar, cuyo centro era azulado, tenía unos filamentos que parecían raíces. Pude verlos muy bien y lo recuerdo porque me entregaron un frasquito con el trozo extirpado, para que yo misma lo lleva a la sección de Patología del Hospital San Roque. De no extirparlo a tiempo, esas raíces hubieran seguido creciendo hasta alcanzar capas más profundas, produciendo metástasis en otros órganos. Llevándome finalmente a la muerte.Tras el recuerdo, de inmediato se produce en mi mente una asociación de ideas. Cristo me salvó de la muerte espiritual al extirpar de mi alma la basura. Así como mi madre vio aquel bonito lunar e interpretó que era nocivo, Dios vio el mal que me estaba carcomiendo y me ofreció la posibilidad de sanar, mediante su perdón. ¡Me dio vida!
Con gratitud brindo un homenaje a mi mamá, a dos meses de su partida para morar en el lugar que Jesús le tenía preparado, y doy gloria y honra a Dios por su amor sin fin, por su misericordia que se renueva cada mañana y me perdona, limpia la basura mental, emocional, espiritual que encuentra en mí, y me sana una y otra vez..
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