Al abrir la puerta sentí algo indescriptible,
como una lluvia refrescante,
y mi único pensamiento fue:
"¡Por fin llegué!"
El largo viaje había terminado.
Hasta la adolescencia concurrí a un colegio católico pero no tuve una experiencia personal con Dios. Incluso llegué a la conclusión de que el “cristianismo” era un camino vacío, sin respuestas.
Buscando la manera de contribuir para que el mundo fuera un poquito mejor, al ingresar a la universidad me involucré en el Partido Comunista Revolucionario. Poco tiempo después estaba desanimada porque las vidas de mis compañeros de militancia no reflejaban valores distintos a los de la criticada burguesía; en consecuencia, la propuesta de “una nueva sociedad” parecía absurda. ¿Cómo podrá cambiar una sociedad si primeramente no cambia cada individuo en su interior?, me preguntaba. Pedí la baja como miembro del partido y comencé a practicar yoga como vía para alcanzar un estado espiritual más elevado. Quería encontrar el verdadero sentido de la vida. Tenía que existir una realidad invisible más trascendente que nacer, crecer, multiplicarse y morir...
Fueron muchos años incursionando en filosofías, sectas y prácticas ocultistas, sin lograr satisfacer mi inquietud interior. Paralelamente, tuve malas experiencias de pareja, me distancié de mi familia, durante cierto tiempo consumí drogas y viví angustiada, al punto de desear la muerte. ¡Pero allí estaba Emanuel, guardándome, aunque aún yo no lo conocía!
Comencé a tener problemas de salud mientras seguía experimentando con pirámides, cristales, rebirthing, healing, yoga, ayunos prolongados, repetición de mantras e identificación de señales en el cielo. Gastaba buena parte de mi sueldo de periodista en hacer cursos de terapias alternativas, consultar psicólogos y parapsicólogos, médicos y curanderos, astrólogos y gurúes.
En ese peregrinar new age conocí a un artista plástico que seguía a Jesucristo. Un día en que me sentía enferma y sola lo llamé y le pedí que “rezara por mí”. Me dijo que una de sus hermanas había recibido de Dios el don de sanidad y que hablaría con ella para que fuéramos a verla. La cita fue para dos días después (más tarde supe que en esas 48 horas ambos ayunaron y oraron por mí, así como también me enteré que otras personas lo habían hecho en los últimos dos años ¡Dios es fiel!).
Esta amiga me habló, oró y me preguntó si quería entregarle mi vida al Señor. Le dije que sí pero en realidad -a causa de la anemia y de la ceguera espiritual- no lograba comprender nada de lo que ella decía. Luego me invitó a ir el domingo a la iglesia evangélica donde se congregaban y dije que iría. Lo hice pensando que nada perdía con probar una nueva posibilidad. Fui al domingo siguiente, dispuesta a ver “qué pasaba”. Al abrir la puerta sentí algo indescriptible, como una lluvia refrescante, y mi único pensamiento fue: “Por fin llegué!”. Tuve la certeza de que mi búsqueda había terminado, de que estaba en casa y podía confiar;. Me senté en la última fila de sillas y dije: “Dios, te entrego mi vida, ya noquiero seguir por mí misma, por favor hazte cargo de mí”. Podría haber sucedido en otro lugar, en otro tiempo, pero ese fue el día que el Señor escogió para ligarme a él definitivamente.
A la semana siguiente me incorporé al curso bíblico para nuevos convertidos, maravillándome por el inmenso mundo que se abría ante mis ojos. Como quien necesita una “teraapia intensiva” comencé a asistir a todas las reuniones de la iglesia... durante las vigilias me sentaba en la posición yoga de “flor de loto”, ¡la más espiritual a mi entender !Tiré o quemé un montón de libros, símbolos, amuletos, grabaciones y objetos. A los dos meses me bauticé para dar testimonio público de mi fe en Jesucristo.
Mi salud física fue restablecida y las pesadillas desaparecieron después de una fuerte experiencia de lucha espiritual. Mis amigas me preguntaban de quién estaba enamorada. No era para menos: por primera vez experimentaba la dicha de sentirme incondicionalmente amada y de poder confiar plenamente en mi Amado, y esto se notaba en mi rostro!
El proceso de liberación de opresiones demoníacas y de sanidad interior llevó varios años..., en realidad creo que el Señor sigue obrando sanidad del alma a lo largo de toda nuestra vida. BUSCANDO SU VOLUNTAD
En el primer año de mi nueva vida comencé a trabajar como voluntaria en Centro Victoria , Desafío Juvenil (Teen Challenge) para rehabilitación de drogadictos, a cargo del pastor Rodney Hart. Él y su esposa Lynn me enseñaron con su ejemplo que no hay nada mejor que estar en el lugar donde Dios nos quiere, obedeciendo su voluntad. Le preguntaba al Señor cuál era mi lugar... me inscribí en el Instituto Teológico para prepararme, pero no pensaba aún en salir del país. Me gustaban las conferencias misioneras y ofrendaba regularmente para la obra llevada a cabo en lugares lejanos por estas “personas extraordinarias”... ¡yo estaba tan lejos de ser como ellos!
Había alcanzado éxito profesional, tenía un buen sueldo y reconocimiento, sin embargo comenzó a crecer en mi interior la certeza de que Dios me llevaría a una nueva etapa, en otro lugar. Entonces comprendí que los misioneros son personas comunes, con miserias comunes y que lo único extraordinario en sus vidas es la obediencia, la apertura al cumplimiento del propósito de Dios, y la misericordia de Dios sobre ellos.
Es curioso: uno de los primeros libros cristianos que leí –y me impactó en gran manera- fue: ¨Me atreví a llamarle Padre¨, historia de la conversión de una mujer musulmana pakistaní. Más tarde comprendí por qué… Pero esa es otra historia.