VERONICA ROSSATO

13 de junio de 2010

BRAHIM

 
“Como un tejedor enrollé mi vida, y él me la arrancó del telar. ¡De la noche a la mañana acabó conmigo!”.
Estas palabras de Isaías vienen a mi mente mientras observo a las tejedoras de la Cooperativa Sakía El Hambra de El Aaiún (Marruecos, ex Shara Español), enrollando sus alfombras a medida que el trabajo avanza, nudo a nudo.
Son mujeres mayores, algunas llevan más de dos décadas moviendo con destreza sus dedos entre urdimbre y trama. Para los saharauis la alfombra es casi el único mobiliario necesario. Constituye el sitio para sentarse y preparar el té, para acomodarse a ver televisión, para dormir… y aun para parir.
Pesadas, hechas de pura lana, las alfombras cubren los salones de la vivienda de lado a lado. En el perímetro se las coloca dobladas, con el pelo hacia adentro. Sobre ellas van los cojines, apoyados contra la pared. No se necesita nada más. 
...............
Una tarde, intentaba ponerme de acuerdos con algunas mujeres de la cooperativa de alfombras para comenzar un nuevo curso de tapices. Soukeina, la amiga que iba a traducir, tardaba en llegar y alguien tuvo la idea de llamar a Brahim, un niño de tez muy blanca y mejillas ruborosas ¡único varón en un salón con ocho mujeres! Comenzó a traducir escondiendo el rostro, mirando al piso. Lo hizo con buena dicción, en perfecto español con leve acento andaluz. La mitad de sus doce años de vida transcurrieron en Marbella y llevaba poco tiempo de regreso en el Sahara. Su padre estaba aún en la Península.
Conversé con el niño sin mirarlo directamente, para no incrementar su timidez; le hice saber que había vivido en la Costa del Sol casi en la misma época que él. Poco a poco logró levantar la vista y cuando por fin sonrió con mirada triste me dieron ganas de abrazarlo.
Brahim se concentró en la conversación. Fue cobrando confianza y llegó a parecerme que comprendía el sentido cabal de las palabras referidas a un tema que le era ajeno. Demostró tener un vocabulario rico y gran sentido común. Cooperó dócilmente, pero al cabo de un rato nos pareció que ya era demasiado esfuerzo para un niño y lo liberamos, con la esperanza de que Soukeina llegara pronto. Él respiró aliviado.
“Muchas gracias Brahim.  Dentro de unos años podrías trabajar como traductor; lo haces muy bien”. Sonrió al escuchar estas palabras y un brillo de alegría asomó en su mirada. Bendecir a un niño reconociendo sus dones, dándole una palabra de ánimo, infundiéndole esperanza, es como aportar un hilo colorido a su tapiz recién comenzado.
Este texto fue escrito originalmente para el blog de Encarni Sánchez, EL RINCON DE KARIMA. 2009.

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