VERONICA ROSSATO

12 de marzo de 2011

COMO LAS TORTUGAS

No me llamó la atención el titulo (“Un largo camino hasta Florida”) sino la fotografía que acompañaba al texto periodístico. 
La noticia en cuestión era que dos tortugas boba recuperaron la libertad al ser soltadas en el espigón de Las Teresitas, en Santa Cruz de Tenerife. Habían pasado una temporada en el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre, y ya curadas de las heridas con las que las encontraron, iniciaron un viaje que las llevaría hasta las costas del sur de Florida.
En la imagen se veía un hombre arrojando al mar una tortuga. Nada fuera de lo común. Sin embargo, aquel animalito tenía algo especial: parecía ansioso por llegar al agua y comenzar la larga travesía… aunque le faltara una de sus aletas. Fue necesario amputársela para que sobreviviera, ya que se encontraba en muy mal estado.
Aunque parezca extraño, me identifiqué con aquella tortuga. En segundos reviví el momento en que, magullada y malherida, llegué a Cristo y fui acogida por una comunidad sanadora. Las heridas cicatrizaron con perdón, gracia y misericordia divina, aunque hubo secuelas que no pudieron evitarse. Ni modo, debo continuar viaje con ellas, igual que la tortuga.
El periódico decía que los dos reptiles, de entre tres y cinco años (estas tortugas pueden vivir hasta 200 años), dedicarían el próximo ciclo a vagar por el océano, como el resto de los miembros de su especie, manteniéndose en alta mar para alimentarse y aumentar de peso. Es lo que se llama “ciclo de años perdidos”: comen, suben de peso y ganan tamaño hasta que llegan a la edad adulta y están preparadas para reproducirse.
Se me ocurrió entonces que podría hacerse un paralelismo con la persona que llega herida a su encuentro con Jesús. Para saltar a la etapa de crecimiento espiritual –discipulado, estudios bíblicos- y alcanzar la edad adulta en que puede “reproducirse” y discipular a otros, necesita previamente recibir sanidad del alma.
Las heridas en estas tortugas fueron causadas por plásticos arrojados al descuido. En uno de sus periplos, ambas se engancharon con los residuos contaminantes. Como estos plásticos, los hechos pecaminosos, propios (nuestros pecados) y ajenos, nos dañan. Y aún siendo creyentes, no estamos libres de quedar atrapados en las redes de pensamientos, actitudes y acciones contaminantes; pero, felizmente, las puertas de la sanidad en Cristo permanecen siempre abiertas!
Resulta curioso que estas tortugas aprovechan las corrientes marinas para recorrer la larga distancia desde la Macaronesia hasta el Nuevo Mundo, sin que deban realizar un gran esfuerzo en la travesía, pues las corrientes son autenticas “cintas transportadoras”.

Nuestras vidas puede transcurrir ligeras si nos sumergimos en la corriente del Espíritu,
“cinta transportadora” para los hijos de Dios. Jesús tiene un bálsamo especial que sana heridas, aún aquellas que intentamos ocultar porque son muy feas y duelen demasiado.
Busca su ministración –a veces será necesario contar con ayuda- y reinicia la travesía de la vida con nuevas fuerzas, sumergiéndote en el océano de del amor de Dios.

© V. Rossato, ProtestanteDigital.com

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