VERONICA ROSSATO

23 de julio de 2010

Para decirle adiós


¿Quién iba a imaginar que desaparecería un domingo a la mañana, cuando todo parecía calmo e íbamos camino al mar?  
No hubo nada que hiciera sospechar su partida. Lo llevaba como siempre, sin presionar la mano. No era una carga sino una compañía que se había vuelto casi indispensable. Llevábamos juntos un buen tiempo y cada vez nos unían más cosas. El guardaba mis secretos, el listado de mis amigos, el acceso al cajero automático, las llaves de casa y hasta la prueba de mi identidad. 
Cuando la moto trepó a la vereda, sentí que lo arrebataban de mi mano pero no pude hacer nada. Quedé petrificada, con la boca abierta sin emitir sonido. Unos metros más adelante el ladrón se dio vuelta y me miró. El bolso ya era suyo.
22-12- 2004

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